Enrique Gutiérrez… cuando los amigos se van
Ayer me preguntaba Reyes Iván Camacho, que, si no volvería a escribir, le dije que estaba esperando un tiempo prudente para que no resultara poco ético, pero que dentro de mis planes era retomar mi blog, no imaginé siquiera que horas después estuviera escribiendo sobre mi teclado para hablar del amigo, con quien compartía mis pensamientos y consultaba decisiones claves. Así era de cercano Enrique Gutiérrez, quien lamentablemente murió.
Como él, pocos. Ríos se
conversaciones acompañadas de cervezas platicadoras, ya sea en mi casa, en
donde se planeaban aquellos grandes reportajes que escribió para El Debate, que
deben estar en la hemeroteca, como aquel de los jornaleros agrícolas a quienes
acompañó desde el sur del país, hasta llegar a Sinaloa en donde los trataban y
tratan solo como la mano de obra barata, muchos de manera inhumana, casi esclavos
de su destino, de su pobreza de origen. Él documentó ese trayecto.
O aquel trabajo escrito en tercera
persona en donde narraba la lucha de un niño sobreviviente a los embates de la
avenida de un arroyo en una comunidad cercana a Ocoroni, Sinaloa. El chico
aquel se aferró al tronco de una palma, hasta que llegaron a rescatarlo.
Los viajes aquellos con traileros
que transportaban hortalizas, el recorrido a Creel, Chihuahua, las muertas de
Juárez, los menonitas.
En mi mente viene un carrete de
imágenes, todas tienen coincidencia en el punto de lo que a manera de broma
llamábamos ‘la nacofinca’, en donde los bohemios -para no decirnos de manera
fea- conversábamos, justo frente al río Sinaloa, en donde creció Enrique.
Decisiones importantes las tomábamos
en conjunto, mis hijas le llamaban tío, incluso en el nombre de Mariana, él influyó,
pues sugirió esa conjugación de mar y Ana, que rendía homenaje a mi madre. O
cuando estuviste al pendiente de la salud de Miriam en su etapa de recién nacida,
las anonas que le traías a mi madre.
Columnista centrado, editorialista
fuerte, tanto que había políticos a quienes no le gustaba esa crítica
contundente, como aquella que escribió en 2021, la cual fue censurada y ‘desaperecida’
del portal de noticias para el que colaboraba y que marcó su salida del
noticiero.
“Para tu conocimiento y por el
aprecio que te tengo Figueroa…” me escribió en un mensaje cuando yo era
coordinador de Comunicación en el gobierno municipal. Era un editorial fuerte
sobre el desempeño de gobierno. Te entiendo, le respondí, sin que mediara ningún
intento de frenar ese artículo. No era, ni será nunca el estilo de mi desempeño,
pues frenar la libertad de expresión es algo en lo que nunca estaré de acuerdo.
Su accidente cerebrovascular fue
un día de marzo. De hecho, conversamos un día antes, mirando al viejo Petatlán, lo hicimos hablando de política y de nuestro entorno.
Con Gutiérrez consultaba
decisiones importantes, como aquella que marcó mi renuncia al periódico. "De
hambre no te vas a morir", me dijo en la aprobación de esa determinación,
efectivamente tuvo razón.
Para finalizar, reproduzco la
eterna canción de ‘Cuando un amigo se va’ de Alberto Cortez
Cuando un amigo se va
Se queda un árbol caído
Que ya no vuelve a brotar
Por que el viento ha vencido
Cuando un amigo se va
Queda un espacio vacío
Que no lo puede llenar
La llegada de otro amigo
Por eso, Gutiérrez, hoy más que
nunca quisiera que sea cierto que las almas se reencuentran, para que, en el
futuro, cuando sea tiempo de ello, volver a conversar de lo humano y lo divino
en ese espacio en donde, ojalá, también esté un álamo a la vera del río
Sinaloa, como cuando conversábamos y te decía: “Allá está Jesús María, la tierra
de mi padre”
Hasta siempre, amigo.
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