Crónicas de insomnios durante la pandemia
Amanece. Ya estamos a 18 de abril. El viejo reloj que era de mi madre
y que es sostenido por un pequeño elefante no ha dejado de marcar los segundos
en la pequeña sala de la casa. Tic, toc, tic, toc. Así ha estado desde las 03:14
de la mañana, en la que he escuchado casi todos los ruidos del barrio.
La gurromina –así le digo a una perrita del barrio, que es compañera
de una decena de perros que recorren libremente la calle- no ha dejado de
ladrar. Se ha callado hasta esta hora, justo cuando el alba empieza a asomarse
presurosa, para empezar a marcar otra jornada de esta terrible pesadilla, que
no lo es, pues la pandemia del #Covid19 es tan real, que la padecemos todos.
A las 05:00 los gallos de los vecinos han cantado. El cenzontle, el
ave de las 400 voces, que este año construyó junto a su pareja el nido en donde
se reproducirán en el árbol de naranjitas, también ha lanzado sus primeros
cantos. Avisa el amanecer.
En ese inter decido levantarme. He dejado a mi esposa dormir, no he
querido que mis desesperadas volteretas en el colchón le incomoden. Me recuesto
en el viejo sillón que algún día los de Coppel fiaron. Veo el retrato de mi
madre que está fijado junto a la pared y a cuyo cuadro le acompaña un Rosario
que le he regalado en aniversario de su muerte.
No, tampoco pude pestañear. Mi ojo derecho me empieza a llorar. Está
irritado.
Veo el costal de papas que trajo el esposo de mi sobrina para que pasáramos
la cuarentena. Ya está a menos de la mitad. En este tiempo hemos comido en
ensalada, fritas, con pollo, en sopa, con huevo.
A mi mente han llegado las imágenes de días pasados. Es tan grave esta
jornada de insomnio, que hasta un post
de una funcionaria municipal, con puesto de dirección, ha venido a mi mente y a
quien le conté 13 faltas de ortografía (Ya ustedes contarán las mías).
“Será real?? Tanta falta de ortografía, me parece irreverente”. Me
escribió uno de mis contactos.
Pienso en lo que dice la Profeco y el costo de los alimentos. La
cartera de huevo ya está a 75 pesos con el Payo y dos pechugas aplanadas, junto
a unos contramuslos de pollo, para pasar la semana, han sido 235 pesos.
Vienen a mi mente las fotografías de las intensas jornadas que han
vivido en el gobierno municipal que repite una y otra vez a los ciudadanos la
necesidad de quedarse en casa.
La jornada de insomnio me da para retratar la miseria de los
políticos. La guerra entre fifís y chairos, en este país tan polarizado que,
todo indica, no le alcanzará para reconstruirse. Imagino a los defensores del
presidente, sus errores, sus aciertos.
En estas casi tres horas, he pensado en los sentimientos del padre
enfermo de coronavirus y quien dictó una carta de despedida para su esposa e
hijos a uno de los doctores:
“Marco Antonio: Jesús Gerardo: Cuídense, los amo, nunca los voy a
olvidar a donde quiera que esté.
Por favor sean fuertes, denle valor a su madre.
A la esposa también le ha dejado un mensaje:
Sandra, ten el valor de ser fuerte y de ver por nuestros hijos, ya no
los voy a volver a ver. Cuídense y cuidalos por favor. Te amo.
Firma José Marcos
Dice en la misiva que fue pegada en un cristal de la sala de hospital.
Son las 06:01. Los gallos y el cenzontle a quienes se les juntan las
palomas que han poblado el viejo árbol de cacaragua, han vuelto a la carga.
Venga, lleguen los primeros rayos de luz del sol, para escribir otra historia
de esta realidad que estamos viviendo.
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