Crónicas de la pandemia

 


El sol quisiera salir a plomo, pero la intensidad de sus rayos era frenada levemente por unas nubes de esas que anuncian las próximas lluvias de la temporada.

Alrededor mucho murmullo, conjugado con caras de preocupación. Era la segunda dosis contra ese virus del #covid19 que cambió la vida al mundo.

La cita para los del código postal 81040 era para las diez de la mañana, pero cuando llegamos era una enorme cola humana.

Bancos, sombrillas, toallas y agua, combinado con sueros. Era una gran escenografía multicolor.

“¡A la v…!”, dijo un individuo que llegó y le tocó seguir caminando sobre aquella calle empedrada que lleva hasta la Cien, por detrás del Ciidir. Lejos, muy lejos del centro de vacunación.

Todos buscando sombras de árboles o lugares donde sentarse.

Muchos murmullos, historias de amor y desamor.

Decidí sentarme retirado de donde se hacía la enorme cola. Encontré una jardinera en donde me senté a reposar. A lo lejos miraba a mi esposa con su sombrilla.

Justo detrás de mí llegaron dos mujeres, que de lo que sí estoy seguro estaban en mi rango de edad: de 50 a 59. Casi, casi vetarrones.

-                   Nombre, le dijo la una a la otra. Yo estoy con él por lo que representa. Ya no pago el agua, ni la luz, por eso ya no me preocupo. A él lo dejé de amar por como es.

-                   ¿Es celoso? Le respondía la otra.

-                   Es el más celoso del mundo. No lo soporto.

-                   Pero tu tienes la culpa, le dijo la otra mujer. Cuando lo conociste y decidiste hacer vida con él le debiste haber puesto condiciones.

Justo en ese momento la cola se empezó a mover y tuve que abandonar la historia.



Fueron poco más de tres horas, de muchas conversaciones.

¿Por quién votaste?

-                   Por ya sabes quien.

-                   ¿Eres morenista?

-                   No, le respondía el otro.

¿Cómo que vendió las tierras?

-Lo obligaron a venderlas.

- “¡Agua, power, agua, power!”

Luego de tres horas y media se llegó a la meta..

“Las mismas recomendaciones de la primera dosis”, decía el auxiliar de salud.

¿Toma anticoagulantes? No, le dije.

Preparen el brazo.

-                   “¿Qué, no nos van a dejar cestiar?” Le dijo aquella mujer.

“¡René Figueroa!” Escuché que me dijeron de una tercera fila. Era el profe Miguel Ángel Acosta, quien recién anunció su renuncia al PRI.

No hubo conversación, pues el enfermero pidió poner el brazo para aplicar la segunda dosis de Pfizer.

15 minutos después pidieron que nos retiráramos.

Abandonamos el lugar que desde la primera ocasión me pareció una especie de campo de concentración, pero nada qué ver con aquellas historias espantosas de los ghettos o guetos de los alemanes.

Fue la segunda dosis de una vacuna que también es esperanza de vida para aquellos que la hemos librado en esta terrible pandemia que ha marcado a la humanidad.



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